EL ALMA QUE HABLAR PUEDE CON LOS OJOS,
TAMBIÉN PUEDE BESAR CON LA MIRADA.
(GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER)
En sintonía con la anterior entrada, os volvemos a ofrecer un fragmento de otra leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer, en este caso de la magistral Los ojos verdes.
El texto recoge el momento en que el protagonista, Fernando, describe a su siervo Íñigo el lugar en el que asegura haber encontrado la respuesta a sus aspiraciones de amor: la Fuente de los Álamos:
Tú no conoces aquel sitio. Mira: la fuente brota escondida en el seno de una
peña, y cae, resbalándose gota a gota, por entre las verdes y flotantes hojas de
las plantas que crecen al borde de su cuna. Aquellas gotas, que al desprenderse
brillan como puntos de oro y suenan como las notas de un instrumento, se reúnen
entre los céspedes y, susurrando, susurrando, con un ruido semejante al de las
abejas que zumban en torno a las flores, se alejan por entre las arenas y forman
un cauce, y luchan con los obstáculos que se oponen a su camino, y se repliegan
sobre sí mismas, saltan, y huyen, y corren, unas veces con risas; otras, con
suspiros, hasta caer en un lago. En el lago caen con un rumor indescriptible.
Lamentos, palabras, nombres, cantares, yo no sé lo que he oído en aquel rumor
cuando me he sentado solo y febril sobre el peñasco a cuyos pies saltan las
aguas de la fuente misteriosa, para estancarse en una balsa profunda cuya
inmóvil superficie apenas riza el viento de la tarde.
Todo allí es grande. La soledad, con sus mil rumores desconocidos, vive en
aquellos lugares y embriaga el espíritu en su inefable melancolía. En las
plateadas hojas de los álamos, en los huecos de las peñas, en las ondas del
agua, parece que nos hablan los invisibles espíritus de la Naturaleza, que
reconocen un hermano en el inmortal espíritu del hombre.
Cuando al despuntar la mañana me veías tomar la ballesta y dirigirme al
monte, no fue nunca para perderme entre sus matorrales en pos de la caza, no;
iba a sentarme al borde de la fuente, a buscar en sus ondas... no sé qué, ¡una
locura! El día en que saltó sobre ella mi Relámpago, creí haber visto brillar en
su fondo una cosa extraña.., muy extraña..: los ojos de una mujer.